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Plagio selectivo. Lo intolerable es la voz que irrumpe desde los márgenes


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Lo sucedido con la obra de Carrie Bencardino en el MALBA pone en evidencia no solo las tensiones en torno a la autoría y la originalidad en el arte contemporáneo, sino también la violencia estructural que atraviesa cualquier gesto disidente. La reacción que despertó, con mensajes de extrema violencia dirigidos hacia elle, no puede comprenderse fuera de la lógica machista y patriarcal que organiza la cultura y que se activa con particular intensidad cuando quien interpela es una identidad no binaria, una mujer o una minoría. Ahí, la maquinaria del hostigamiento se vuelve implacable: no se critica la obra, se persigue a la persona.

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Vivimos en un presente saturado de imágenes, referencias, apropiaciones y remezclas. El arte —como la vida — se produce dentro de ese bombardeo constante donde la originalidad absoluta se vuelve casi un mito. Sin embargo, la lupa sobre el “plagio” aparece selectiva y condescendiente: la indignación rara vez recae con la misma dureza sobre varones cis o artistas consagrados. Cuando el gesto lo realiza una persona disidente, la condena se multiplica, porque lo que se busca castigar no es solo la práctica artística, sino la osadía de existir y expresarse fuera de la norma.


En un principio —y lo sigo sosteniendo — , entendiendo ciertas reglas del mercado y conociendo un poco el mundo del arte, no deja de ser una práctica también relacionada al lavado de dinero, al marketing (malo, pero funcional al fin) y a los intereses de generar ruido en un contexto líquido, rápido y violento. El problema es que ese mismo sistema que se alimenta de la provocación y de la repetición, luego elige a quién sacrificar en nombre de la pureza artística.


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Y sin dar vuelta el cuestionamiento, me pregunto también por los orígenes de todas las obras, incluso de los dragones de Ciruelo. ¿De dónde surgen esas imágenes? ¿Qué archivo visual, qué mitología compartida, qué memoria cultural las sostiene? Quizás la pregunta incómoda que debamos hacernos no sea solo qué es un plagio, sino qué revela esa práctica sobre los sistemas de poder que deciden quién puede apropiarse, quién puede citar y quién es castigado por hacerlo. ¿El huevo o la gallina? ¿La imagen original o la apropiación que la resignifica? Tal vez, lo verdaderamente intolerable para el patriarcado no es la repetición, sino la voz que irrumpe desde los márgenes y reclama ser escuchada.

 
 
 

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