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Federico Klemm. Quizás sea momento de volver a aplaudirlo. Aunque sea en silencio.

  • Foto del escritor: Nika Seniora
    Nika Seniora
  • 30 mar
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 31 mar


Esta semana se cumplió un nuevo aniversario del nacimiento de Federico Klemm (25 de marzo de 1942, Checoslovaquia), figura fascinante e inclasificable del Arte Argentino. Recordarlo es, de alguna manera, activar un espejo: uno que devuelve una imagen barroca, erudita, exagerada, pero profundamente lúcida. Klemm fue mucho más que un personaje excéntrico o una figura mediática: fue un coleccionista apasionado, un artista performático, un intelectual provocador y un amante absoluto de los aplausos.

“Tengo la expresividad de Andino, los ojos de Alterio, la altura de Portales y la gracia de la comunicación de Pinky”, se autodefinió alguna vez en un squetch con Flora, la empleada pública.

Su legado más tangible vive en la Fundación Federico Jorge Klemm, ubicada en lo que fuera la mítica discoteca Rugantino de los años 70. La inauguración de la Fundación coincidió con la llegada de la televisión por cable al país, y su primera muestra fue un hito: Botero junto a Roberto Matta. Como si eso fuera poco, en aquella noche inaugural desfilaron un tigre y una pantera por las salas. Nada era poco para Federico: el arte, para él, debía desbordar.




Hoy, la Fundación está dirigida por Valeria Fiterman y Fernando Ezpeleta, quienes continúan su legado con rigurosidad y sensibilidad.

“Es una colección caprichosa, porque son las elecciones y el gusto de Federico”, dice Valeria.

¡Y qué gusto tenía! En la colección hay siete Warhols, un Basquiat, y la que Federico consideraba la obra más hermosa: la carroza de Jeff Koons, la única obra del artista norteamericano que forma parte de una colección pública en Buenos Aires desde hace 25 años, como señala Fernando.


French Coach Couple. Jeff Koons. 1986
French Coach Couple. Jeff Koons. 1986

La colección también incluye piezas históricas como un frontage de Man Ray de 1948 (Shakespearean Equation: King Lear) y otras de artistas jóvenes que cada año se suman al acervo. La apuesta sigue viva: dos obras nuevas ingresan anualmente a través del Premio Klemm. Y en medio de esa diversidad, la colección mantiene algo muy raro: una coherencia ecléctica y pareja.

Uno de los puntos más emotivos del recorrido por la Fundación es el retrato de Federico realizado por Edgardo Giménez, donde su figura — siempre dramática, siempre exquisita — parece seguir mirando y evaluando cada rincón.


Retrato de Federico Klemm. Edgardo Giménez. 1971
Retrato de Federico Klemm. Edgardo Giménez. 1971

Federico decía que el arte es un problema de amor. En uno de sus programas reflexionaba: “El arte aporta amor al ser del arte. A través de la obra de arte se descubre el ser de las cosas y, al mismo tiempo, el propio ser que nos permite descubrir quiénes somos.”


Sin título. Guillermo Kuitca. 1984
Sin título. Guillermo Kuitca. 1984

Federico con cuadro de Berni. Marcos López. 1997
Federico con cuadro de Berni. Marcos López. 1997

Creía que ni en el amor ni en el arte se puede profundizar en exceso. Que siempre hay algo que escapa a la regla. Que el arte, como la vida, fluye entre fuerzas materiales y enigmas que no se develan del todo. Que el deseo de conquistar moradas que nos protejan convive con el goce de lo material, entre el instinto de conservación y el amor a la vida.

Y como era de esperarse, también tenía algo que decir sobre la moda:

“Es fundamental seguirla o alejarse de ella, cuando uno tiene las condiciones para que se den las mejores posibilidades con respecto a uno mismo. Puede oscilar entre lo kitsch, lo camp, lo cursi. Puede oscilar entre lo grandioso, el minimalismo, lo barroco. Siempre tiene que estar ligado a la autenticidad.”

Self Portrait. Robert Mapplethorpe. 1980
Self Portrait. Robert Mapplethorpe. 1980

Federico Klemm fue una obra en sí mismo. Un hombre que hizo de su vida una performance, de su colección una toma de posición, y del arte una forma de habitar la existencia con intensidad.

“Uno es el dios de lo que uno hace”, dijo alguna vez.

¿Y si hoy, con tantas etiquetas, tendencias y algoritmos, volviéramos a preguntarnos:

— ¿Qué tan lejos estamos de vivir el arte como vivió Klemm?

— ¿Qué significa hoy hacer del arte un acto de amor?

— ¿Qué queda de ese impulso provocador, profundamente auténtico, de poner el cuerpo, la palabra y el deseo en escena?

Quizás sea momento de volver a aplaudirlo. Aunque sea en silencio.


Él, seguro, lo disfrutaría.

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